Tita era el último eslabón de una cadena de cocineras que desde la época prehispánica se
hablan transmitido los secretos de la cocina de generación en generación y estaba
considerada como la mejor exponente de este maravilloso arte, el arte culinario. Por tanto su
nombramiento como cocinera oficial del rancho fue muy bien recibido por todo el mundo.
Tita aceptó el cargo con agrado, a pesar de la pena que sentía por la ausencia de Nacha.
Una nube rosada llegó hasta él, lo envolvió y provocó que saliera a todo galope hacia el
rancho de Mamá Elena. Juan, que así se llamaba el sujeto, abandonó el campo de batalla
dejando atrás a un enemigo a medio morir, sin saber para qué. Una fuerza superior
controlaba sus actos. Lo movía una poderosa necesidad de llegar lo más pronto posible al
encuentro de algo desconocido en un lugar indefinido. No le fue difícil dar. Lo guiaba el olor
del cuerpo de Gertrudis. Llegó justo a tiempo para descubrirla corriendo en medio del campo.
Entonces supo para qué había llegado hasta allí. Esta mujer necesitaba imperiosamente que
un hombre le apagara el fuego abrasador que nacía en sus entrañas.
Un hombre igual de necesitado de amor que ella, un hombre como él.
Gertrudis dejó de correr en cuanto lo vio venir hacia ella. Desnuda como estaba, con el
pelo suelto cayéndole hasta la cintura e irradiando una luminosa energía, representaba lo
que sería una síntesis entre una mujer angelical y una infernal. La delicadeza de su rostro y
la perfección de su inmaculado y virginal cuerpo contrastaban con la pasión y la lujuria que
le salía atropelladamente por los ojos y los poros. Estos elementos, aunados al deseo sexual
que Juan por tanto tiempo había contenido por estar luchando en la sierra, hicieron que el
encuentro entre ambos fuera espectacular.
Él, sin dejar de galopar para no perder tiempo, se inclinó, la tomó de la cintura, la subió al
caballo delante de él, pero acomodándola frente a frente y se la llevó. El caballo,
aparentemente siguiendo también órdenes superiores, siguió galopando como si supiera
perfectamente cuál era su destino final, a pesar de que Juan le había soltado las riendas
para poder abrazar y besar apasionadamente a Gertrudis. El movimiento del caballo se
confundía con el de sus cuerpos mientras realizaban su primera copulación a todo galope y
con alto grado de dificultad.
Una nube rosada llegó hasta él, lo envolvió y provocó que saliera a todo galope hacia el
rancho de Mamá Elena. Juan, que así se llamaba el sujeto, abandonó el campo de batalla
dejando atrás a un enemigo a medio morir, sin saber para qué. Una fuerza superior
controlaba sus actos. Lo movía una poderosa necesidad de llegar lo más pronto posible al
encuentro de algo desconocido en un lugar indefinido. No le fue difícil dar. Lo guiaba el olor
del cuerpo de Gertrudis. Llegó justo a tiempo para descubrirla corriendo en medio del campo.
Entonces supo para qué había llegado hasta allí. Esta mujer necesitaba imperiosamente que
un hombre le apagara el fuego abrasador que nacía en sus entrañas.
Un hombre igual de necesitado de amor que ella, un hombre como él.
Gertrudis dejó de correr en cuanto lo vio venir hacia ella. Desnuda como estaba, con el
pelo suelto cayéndole hasta la cintura e irradiando una luminosa energía, representaba lo
que sería una síntesis entre una mujer angelical y una infernal. La delicadeza de su rostro y
la perfección de su inmaculado y virginal cuerpo contrastaban con la pasión y la lujuria que
le salía atropelladamente por los ojos y los poros. Estos elementos, aunados al deseo sexual
que Juan por tanto tiempo había contenido por estar luchando en la sierra, hicieron que el
encuentro entre ambos fuera espectacular.
Él, sin dejar de galopar para no perder tiempo, se inclinó, la tomó de la cintura, la subió al
caballo delante de él, pero acomodándola frente a frente y se la llevó. El caballo,
aparentemente siguiendo también órdenes superiores, siguió galopando como si supiera
perfectamente cuál era su destino final, a pesar de que Juan le había soltado las riendas
para poder abrazar y besar apasionadamente a Gertrudis. El movimiento del caballo se
confundía con el de sus cuerpos mientras realizaban su primera copulación a todo galope y
con alto grado de dificultad.
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